miércoles, 20 de diciembre de 2017

Primer capítulo de Las Cinco Espadas

EL CONCILIO DE LOS MAGOS


Año 1586 del Cómputo lindoniano, finales de noviembre

Una vez más los cuernos de la guerra volvían a tronar en el Imperio. La frágil paz que había reinado en las tierras de Veranion desde la última guerra en el norte estaba a punto de romperse. Tras la muerte de Methren III, el nuevo y recién coronado Emperador de Sharpast, Mulkrod, ambicionaba conquistar el último de los reinos libres siguiendo con la política expansionista de sus antepasados, que habían creado un imperio a costa de los ya exiguos reinos de Veranion. Ahora era el turno de Mulkrod, que comenzaba a reunir a sus huestes para la última campaña contra el único reino libre. Un ejército de colosales proporciones, el mayor reunido desde los inicios de la Conquista, se preparaba para hacerse con el control de Sinarold del Este. Mulkrod pretendía llevar al Imperio a su apogeo y pasar a formar parte de la numerosa lista de emperadores que habían anexionado con éxito nuevos territorios, alcanzando la gloria terrenal. Sin embargo, Mulkrod aspiraba aún a más; su verdadera meta era convertirse en el emperador más grande de toda la dinastía, superando a Sharpast I, el primero de los Omercan y el creador de un imperio que desde sus inicios llevaba su propio nombre, Sharpast.
Sinarold del Este, el único reino de oriente que había resistido al Imperio durante los últimos doscientos años, vivía ahora al borde del abismo, sintiendo las fauces de una bestia que siempre había estado al acecho, pero que ahora, rejuvenecida y hambrienta, salía de su escondrijo para atacar con ferocidad.
Mientras tanto, al otro lado del mar, los tres reinos occidentales de Lindium debatían su posible intervención en la guerra para salvar a Sinarold, como antaño hicieron, pero muchas cosas habían cambiado desde entonces; pocos estaban dispuestos a luchar contra un Imperio cada vez más poderoso y con un nuevo y joven emperador que no escatimaba recursos, y que estaba dispuesto a todo para conseguir la victoria. Al mismo tiempo, en esas mismas tierras, un pequeño grupo de magos se reunía para intentar unificar a los reinos de occidente y lograr detener la amenaza que se extendía desde oriente.

Bien entrado el otoño, al noreste de la Isla de Lindium, el Concilio de Oncrust había sido convocado y los magos acudían a la llamada con la premisa de afrontar los grandes problemas que se sucedían en el este; asuntos urgentes debían debatirse y tratarse. Uno de esos magos, Arnust, cabalgaba con presteza junto a su aprendiz por las laderas del Valle de Oncrust, pasados ya los Montes Ancestrales.
¡Date prisa, Halon! —le dijo Arnust a su aprendiz. No debemos llegar tarde.
Iría más deprisa, pero mi caballo no puede dar más de sí, está agotado dijo Halon. Deberíamos descansar.
No descansaremos hasta llegar a Oncrust. Es de vital importancia que lleguemos a tiempo dijo Arnust sin detenerse.
Continuaron cabalgando pese al agotamiento de los caballos, hasta que avistaron la Torre de Oncrust, que era la sede de los magos de occidente desde tiempos inmemoriales y la escuela más importante de hechicería de todo Lindium. Aquél era el lugar donde los magos de la Orden habían sido convocados tras las alarmantes nuevas que venían del este.
La Torre de Oncrust fue construida con piedras de las canteras del Pedregal y de Heraclion en un momento en el que la Orden de Oncrust era poderosa e influyente, pero en los tiempos que corrían, la Orden había perdido gran parte de su antiguo poder. El recinto de la torre albergaba las estancias de los magos y aprendices, las aulas de instrucción, la biblioteca, el comedor, las cocinas, los establos y, a su alrededor, los jardines. Los aprendices, que eran instruidos en las artes de la magia y en el cultivo de la mente, eran pocos; la Orden estaba muy debilitada respecto a los tiempos antiguos, además de que cada vez había menos jóvenes con poderes mágicos que acudían a Oncrust para adiestrarse. La magia había perdido gran parte de su fuerza. Ahora su poder se limitaba únicamente a la Isla de Lindium, lo que impedía que los jóvenes con talento mágico de las Tierras de Veranion pudieran ser adiestrados en Oncrust, desaprovechando su talento. A pesar del limitado poder de los magos de occidente, todavía había fuerza suficiente en ellos para intentar frenar a la amenaza que se propagaba desde el este y tratar de desafiar a la orden que secundaba al Imperio, Zurst, la comunidad de magia más poderosa del oriente, con la que Oncrust rivalizaba desde la caída de los Grandes Magos en la Guerra de los Dragones, a inicios de la Conquista.
Halon bajó de su caballo observándolo todo a su paso, viendo el hermoso entorno que le rodeaba. Al igual que la primera vez que vio Oncrust, sus ojos volvieron a quedar maravillados por los hermosos jardines y fuentes que rodeaban a la increíble estructura que se alzaba por encima de él; todo ello con la cercana vista de los Montes Ancestrales a su espalda. Los recuerdos de antaño regresaron a su cabeza. Parecía que fuera ayer cuando, siendo un niño, entró por primera vez en las puertas de la torre para iniciar su adiestramiento. Había tenido que dejar sus muros tres años atrás para acompañar a Arnust en las misiones que la Orden le asignaba, al tiempo que iba adquiriendo los conocimientos que éste le fue transmitiendo. En ese tiempo viajaron por toda la Isla de Lindium, pero también al otro lado del mar, cumpliendo los mandatos de la Orden, yendo a los lugares más recónditos a los que sólo los mercaderes y algunos aventureros y viajeros intrépidos iban. Las tierras del oriente eran mucho más vastas que las de occidente, y ofrecían una gran variedad de productos a los mercaderes, permitiendo conocer lugares idílicos. No obstante, en aquel momento, el comercio entre oriente y occidente se encontraba cortado. Aquello se debía a la nueva postura del emperador de Sharpast, que no quería que los occidentales se enriquecieran con las ricas materias primas que ofrecía su inmenso territorio, algo que estaba relacionado con lo que se iba a debatir durante el concilio de los magos.
¿Qué crees que se decidirá hoy? preguntó Halon a su maestro.
Es difícil saberlo dijo Arnust. Muchos de los magos del Consejo prefieren mirar para otro lado con respecto al belicismo de Sharpast; temen que los ojos del Imperio se fijen en nosotros y nos destruyan. Creen que si dejamos en paz al Imperio ellos no nos molestarán. Por suerte, todavía hay quienes no temen a Sharpast y están dispuestos a impedir que siga expandiéndose, pero somos pocos. Lo que está claro es que hoy se decidirá el futuro de nuestra orden y posiblemente el de nuestro mundo.
Halon había llegado hacía cuatro años a la mayoría de edad, superando sin problemas la primera de las dos pruebas que todo aprendiz de mago tenía que pasar para convertirse en un miembro de pleno derecho de la Orden y poder optar a formar parte del Consejo de Magos. La primera prueba la había superado fácilmente, pues ésta no era más que unas simples demostraciones de habilidad mágica, algo que todos solían pasar sin problemas. Un puñado de magos veteranos supervisaba el evento y daban su veredicto tras la exhibición. Tras lograr pasar la primera prueba, los aprendices abandonaban las clases de magia para ser asignados a un mago veterano que, gracias a su experiencia, ayudaría al aprendiz que le fuera asignado a completar su adiestramiento para poder pasar la segunda y última prueba, tras la cual formarían parte de los magos de Oncrust, entregándoseles una vara mágica propia. Pero Halon era joven y todavía no se planteaba intentar pasar la prueba; prefería seguir aprendiendo de su maestro, pues Arnust era uno de los magos más prestigiosos de la Orden. No había nadie mejor que él para enseñarle y así afrontar con mayor garantía de éxito la última prueba.
Arnust, tras bajarse de su caballo junto a las escaleras de la entrada de la torre, no se detuvo a admirar Oncrust como él, y fue directo al grano.
Ve al establo y deja los caballos le ordenó Arnust a Halon. Asegúrate de que les den de comer. Es posible que tengamos que irnos pronto, así que consigue provisiones para el camino.
‹‹Me lo temía pensó Halon, disgustado. Siempre con las prisas.›› 
¿Acabamos de llegar y ya tenemos que irnos? preguntó Halon.
Lo siento, sé que te hubiera gustado quedarte un tiempo, pero no hay alternativa. Corren tiempos difíciles y tenemos trabajo.
Bien, maestro le contestó Halon, sin mostrar su contrariedad. Ahora me encargo de ello.
Sin decir ninguna palabra más, Arnust subió las escaleras que llevaban a la torre, perdiéndose tras la puerta que daba al vestíbulo.
Arnust era un hombre mayor que superaba el centenar de años, pero al igual que los demás magos, gozaba de espléndida salud; aún era fuerte, alto, ágil y habilidoso con las armas; su pelo, antes oscuro, se había aclarado con los años; tenía nariz aguileña, ojos marrones y una barba poblada y canosa, aunque se la recortaba a menudo. Su rostro era afable y transmitía confianza. A pesar de su avanzada edad, no aparentaba ni mucho menos el aspecto de un anciano. Los magos, gracias a sus conocimientos de la magia, envejecían más lentamente que los demás humanos, aunque ello tenía un precio, toda una vida de servicio dedicada a la Orden, con los inconvenientes que ello conllevaba: celibato, castidad y obediencia a los superiores. La magia era un privilegio de unos pocos, pero implicaba una serie de deberes y obligaciones con los demás. Arnust llevaba siempre consigo una vara de madera de cedro, algo más que un simple bastón, era la herramienta que le permitía hacer un pleno uso de la magia, logrando una mayor efectividad en su empleo, aunque ni él ni los demás magos dependían de una vara para hacer magia.
Durante toda su vida Arnust había luchado por mantener el orden, la paz y la justicia, siempre que fuera posible, pero los tiempos estaban cambiando.
Halon, obedeciendo la orden que le había dado su mentor, dejó los caballos en el establo, les dio de comer pienso y les limpió con un cepillo. Mientras terminaba de acicalar a su semental escuchó una voz familiar detrás de él:
¡Halon, has regresado! dijo la voz.
¡Menief! dijo Halon, algo sorprendido al ver a su viejo amigo y compañero en la escuela de magia. No esperaba verte por aquí.
Regresé hace seis meses dijo Menief. También he pasado las pruebas.
Me alegro por ti.
—Ven. Pareces cansado y estarás hambriento. Vamos a comer algo.
Los dos amigos subieron las escaleras y entraron en el rellano en dirección al comedor. Por el camino se contaron todas las peripecias de sus años anteriores. Menief estaba fascinado de escuchar a su amigo.
¿De verdad has hecho todo eso? le preguntó. Normalmente a los aprendices no se nos permite hasta habernos ganado la vara.
He tenido bastante suerte. Arnust es un buen maestro, aunque es muy exigente, y trata de que lo aprenda todo por mí mismo, pero estoy muy contento.   
Yo sólo he hecho viajes aburridos para buscar plantas medicinales y todo tipo de hierbas, además de estar siempre en las bibliotecas, horas y horas. Mi maestro siempre dice que todo lo que necesitamos está en los libros. Menief se calló un momento para morder una manzana y siguió hablando. Espero pasar pronto la segunda prueba, antes de que me convierta en una rata de biblioteca. Pero eso es algo trivial, ¿no? Después de todo lo que está sucediendo en el este. Nunca antes habíamos vivido nada parecido.
Somos jóvenes todavía; algún día tenía que suceder algo así. El Imperio es impredecible, siempre es un peligro constante; es normal que de vez en cuando suenen los cuernos de guerra, pero eso no significa nada, todavía; puede que la cosa no vaya a mayores. De todos modos, nuestra orden ha vivido momentos como éste constantemente, aunque Arnust dice que esta vez es diferente; parece que la amenaza es mayor que de costumbre.
¿Entonces crees que es cierto? ¿Crees que habrá guerra?
Es muy posible. Arnust y yo venimos de Sinarold, allí el clima es de guerra, desde luego. Parece ser que Sharpast atacará, aunque no hay muchas noticias en el este. Según se dice, las embajadas de paz han fracasado.
¿Cuándo fue la última guerra? Veinte, treinta años. No habíamos ni nacido.
Veinte años, creo recordar; la Paz de Beglist se firmó en 1565, pero esta vez no creo que ninguno de los Tres Reinos ayude a Sinarold. Las guerras en el extranjero ya no interesan. Pero aún es pronto para vaticinar futuros acontecimientos.
Bueno, de todos modos, hoy nos enteraremos de muchas más cosas cuando acabe el concilio.
Sí, así es. Estoy deseando que acabe de una vez para saber qué ha decidido el Consejo.
Pronto lo sabremos.

Arnust se dirigía a la sala conciliar, el lugar donde el Consejo de Magos se reunía habitualmente. Había regresado a Oncrust con su aprendiz el mismo día del concilio, justo a tiempo; su última misión en Sinarold les había retrasado más de lo esperado. Había tenido que buscar a un hijo bastardo del hermano del difunto emperador y traerlo consigo. No sabía para qué, pero era eso lo que el Gran Maestre de la Orden le había ordenado. Cumplieron con éxito la misión, llevando al bastardo hasta Langard, donde se quedó a cargo de uno de los magos de la Orden en esa ciudad, pero eso era intrascendente, al menos de momento. La reunión estaba a punto de empezar y él estaba ya en la sala conciliar. Aquella estancia se encontraba bajo la torre, aunque sin llegar a ser una cámara subterránea. Era una sala circular bien iluminada por unas vidrieras a los lados por las que pasaba la luz solar. En el centro de la sala había una gran mesa ovalada en la que muchos de los magos que iban a asistir al concilio charlaban amigablemente. Arnust, tras sentarse en su silla habitual, saludó a todos los magos que estaban cerca y comenzó una breve charla con ellos; hacía años que no hablaba con muchos de sus viejos colegas, y había muchas cosas que tratar.
A los pocos minutos apareció un anciano con una barba mucho más larga y canosa que la de la mayoría de los presentes. Se trataba de Blanerd el Sabio, el mago de mayor edad del Consejo y el más docto y poderoso de los presentes; era el Gran Maestre de la decadente Orden de Oncrust, el Líder del Concilio de Magos y Director de la Escuela de Hechicería de Oncrust. Nada más entrar, los presentes guardaron silencio y se pusieron de pie en señal de respeto. Blanerd se dirigió a su asiento, que se encontraba al fondo de la estancia. El veterano maestre era mayor, pero aún se movía con soltura y su fuerza vital estaba lejos de apagarse.
Podéis sentaros dijo Blanerd cuando llegó a su asiento.
Todos lo hicieron salvo él, que debía iniciar la sesión.
Hermanos, doy comienzo el Concilio de Magos del año 1586. Como ya sabéis todos, el problema fundamental y único del que vamos a hablar es el de la guerra en el este. Se le da la palabra al hermano Rederest, quien ha estado presente en las últimas reuniones de los embajadores de Lindium para debatir la belicosidad del nuevo emperador.
Rederest, que se encontraba muy cerca de Blanerd, era uno de los magos veteranos más jóvenes de entre los presentes; su pelo conservaba su color natural, tanto en la cabeza como en el rostro, y su piel se mantenía erguida. Rederest se había ganado un puesto de importancia dentro del Consejo desde muy joven. Se levantó y comenzó a hablar:
 Amigos y miembros del Consejo de Magos de Oncrust dijo alzando la voz para que todos le escucharan. Las noticias del este son cada vez más preocupantes; el recién coronado emperador de Sharpast, al que todos conocemos como Mulkrod, ha cortado el comercio con los reinos de Lindium, señal inequívoca de las intenciones del nuevo gobernante. Su imperio ha comenzado a reunir a su gran ejército y a reagrupar a su flota. Estos sucesos sólo significan una cosa: Mulkrod quiere invadir la pequeña península de Sinarold, el último de los reinos libres de oriente, y pronto lo conquistará si no hacemos algo para evitarlo.
Otro mago se levantó de su asiento; era Kraus, un mago relativamente joven que acababa de ser aceptado en el Consejo.
¿Y qué pasa con las negociaciones? Que el Imperio reúna a sus huestes no es una novedad, no tiene por qué ser un acto de guerra. Esto se lleva repitiendo desde hace más de un siglo; el Imperio y Sinarold llevan enfrentándose entre ellos desde los tiempos de las primeras invasiones.
Los indicios son claros insistió Rederest, para contradecir a Kraus. Mulkrod quiere la guerra. Según los informes que nos llegan desde el continente las tropas imperiales se están dirigiendo al norte; a Sinarold.
Pero no se puede declarar la guerra a Sharpast le respondió Kraus como si la propuesta fuera algo ridículo. Ni siquiera aunque se unieran los Tres Reinos de Lindium. Eso sólo significaría la esclavitud o la muerte para todos. Nuestra orden sería destruida.
¡Tiene razón! dijeron varios magos mientras se levantaban de sus asientos. ¡No podemos luchar! ¡Hay que negociar la paz!
¡Silencio! dijo Blanerd, alzando la voz. ¡Jamás rendiremos pleitesía a Mulkrod! ¡No mientras yo esté dirigiendo Oncrust!
Pero, maestro dijo un mago veterano llamado Urmal, cuya barba intentaba disimular la carencia de pelo en su cabeza, debemos ser diplomáticos, nuestras opciones son muy escasas. Presionemos para que se envíen más emisarios de paz. Seguro que se puede llegar a un acuerdo.
Yo digo que lo dejemos pasar dijo Kraus, insistiendo. Dejemos en paz a Mulkrod y él no nos molestará. Creo que...
Arnust había escuchado sin intervenir a los demás miembros del Consejo, pero no pudo soportar lo que el joven Kraus proponía. Se puso de pie pidiendo permiso a Blanerd para intervenir, interrumpiendo al mago que hablaba.
Perdona que te interrumpa, hermano le dijo Arnust a Kraus, pero lo que estás proponiendo es que nos quedemos de brazos cruzados viendo cómo destruyen y saquean Sinarold.
Sólo digo que no son nuestros asuntos dijo Kraus.
¿Y qué crees que pasará cuando acaben con ellos? Le dejó unos segundos para contestar, pero, al ver que no decía nada, continuó. Mulkrod pondrá sus ojos en Lindium; seremos los siguientes, y entonces nos arrepentiremos de no haber intentado detener al mal que pronto se propagará desde el este. Yo mismo he regresado de una misión en Sinarold para informar de lo que está ocurriendo allí, y no son buenas las noticias que traigo. El rey de Sinarold, Krahim I, está preparando las defensas de su reino con lo que puede, pero apenas cuenta de tropas y recursos suficientes. Su única defensa es el Gran Muro, la muralla que separa la península del Imperio de Sharpast. Si las tropas imperiales logran atravesarlo, todo Sinarold caerá en sus manos. Krahim me informó de lo desesperada de su situación. Necesita ayuda urgente. No podemos abandonarlos a su suerte; tenemos que convencer a los Tres Reinos para enfrentarse a Sharpast, como ya se hizo en el pasado.
Arnust se sentó de nuevo en su asiento y la sala se quedó en silencio. Blanerd lo rompió segundos después.
Me imaginé que propondrías algo parecido dijo Blanerd, pero va resultar muy difícil convencerlos; llevan demasiados años con disputas internas. La última vez que decidieron actuar juntos contra el Imperio, aunque no fracasaron del todo, los éxitos no fueron lo suficientemente importantes como para que quieran que se repita, y menos al saber con qué fuerzas cuenta el Imperio ahora.
Lo sé dijo Arnust, pero es mejor intentar detener a Sharpast ahora que es posible, y no esperar a que sean ellos los que ataquen y no se pueda hacer nada. Se detuvo un momento para respirar. Tengo entendido que Vanion tiene un tratado de alianza con Sinarold; tal vez ellos si estén dispuestos a luchar.
Rederest se levantó de nuevo.
Así es, Vanion tiene una alianza con Sinarold desde hace años, y el reino está más que dispuesto a cumplir con el tratado. Hace pocos meses enviaron un pequeño contingente de tres mil soldados en su ayuda, pero parecen insuficientes. La superioridad del enemigo es tan aplastante que Sinarold no podrá resistir. Necesitarán toda la ayuda de los Tres Reinos, sino no creo que puedan sobrevivir.
¡No hay opciones de victoria! dijo Urmal. ¡Han llegado noticias de que han reunido un ejército de dragones! Contra eso no podemos luchar.
‹‹Dragones, lo que me faltaba por oír pensó Arnust. Ahora se creen todas las pantomimas que llegan desde el este. No me extraña que nuestra orden sea cada vez más débil; son todos unos cobardes que se asustan con cuentos de dragones.››
¡Eso son bobadas! dijo Arnust, levantando la voz. ¡Hace muchos años que los últimos dragones se extinguieron!
En efecto dijo Blanerd con el semblante serio. No quiero volver a ecuchar nada de dragones en esta sala. Todo son rumores falsos para asustar y engañar.
Perdón, maestro siguió Urmal; puede que me haya excedido al hablar de dragones, pero aun así no podemos hacer nada contra el Imperio; además, la Orden de Zurst es cada vez más fuerte. Yo propongo que nos mantengamos al margen, como ha dicho nuestro hermano Kraus; sólo así nuestra orden sobrevivirá. Si no luchamos Sharpast nos dejará en paz y podremos vivir tranquilos.
Nuestra orden fue creada para combatir la injusticia dijo Blanerd, molesto por la actitud de muchos hermanos—, no para quedarnos sin hacer nada viendo cómo el Imperio nos va destruyendo poco a poco. Lucharemos con todos nuestros medios contra Sharpast cuando sea necesario; y no estaremos solos. Vanion irá a la guerra, es el único de los reinos de Lindium con agallas para hacer frente a Mulkrod, pero no es suficiente. Nuestra orden tiene el deber de conseguir que los reinos de Hanrod y Landor se sumen también a la lucha contra el Imperio; los Tres Reinos deben formar una nueva alianza contra Sharpast. Blanerd echó un ojo al documento que tenía en la mesa. Hay una reunión dentro de pocas semanas en Blangord; yo iré allí y trataré de convencerlos para que luchen. Ya vencieron a Sharpast en el pasado, pueden conseguirlo de nuevo.
Sharpast ya no es la de entonces dijo Sandar, uno de los magos más viejos de la orden. Ahora es mucho más fuerte; además, Mulkrod es joven y ambicioso, y no viejo y conformista, como lo fue su padre en sus últimos años. Una guerra contra el Imperio difícilmente se podrá ganar.
¡Podemos obligarlos a negociar! dijo Rederest, que volvió a levantarse. ¡Aún queda fuerza en Lindium! ¡Agotemos todas nuestras opciones! ¡Mandemos más emisarios con un ultimátum al emperador! ¡Los Tres Reinos no dejarán que se salgan con la suya!
Ya es tarde para eso dijo Arnust. Nada parece que pueda hacer cambiar de idea a Mulkrod. Las negociaciones a estas alturas no servirán de nada.
Pero hay que intentarlodijo Rederest.
Mulkrod no ha reunido a más de cien mil hombres sólo para negociar insistió Arnust. Atacará sin dudarlo. Sabe que en Lindium ya no hay fuerza para detener al Imperio.
¿Y qué pretendes que hagamos? le preguntó el joven Kraus. ¿Que seamos nosotros quienes vayamos a detener a Mulkrod?
Nosotros no tenemos fuerza para combatir ni al Imperio ni a Zurstdijo Arnust, pero podemos convencer a los reinos de Lindium estamos a tiempo.
Las miradas de muchos de los magos de la sala eran de crispación; la mayoría no veían con buenos ojos lo que se estaba proponiendo allí, sin embargo, otros tantos defendían la propuesta de la intervención y asentían con la cabeza. El Gran Maestre intervino de nuevo para decantar la balanza de un lado.
Puede que algunos no os guste lo que Arnust está diciendo dijo Blanerd, pero es lo que debe hacerse. Debemos convencer a los Tres Reinos para que creen una nueva alianza; luego ya se verá si se negocia o no, pero creo que no habrá más alternativa que luchar. Mulkrod no nos está dejando otro camino.
¿Cómo piensas hacerlos entrar en razón, maestro? preguntó Llilred, el mago que estaba sentado al lado de Arnust. Hasta ahora, el único de los Tres Reinos que se ha comprometido con Sinarold es Vanion, y por lo que sabemos Hanrod y Landor no tienen interés en ayudar a Sinarold.
Tienes razón. Seguramente Hanrod y Landor no ayudarán voluntariamente a Sinarold  —dijo Blanerd. Los reyes de los dos reinos han respondido a mis plegarias con evasivas. No lucharán porque sí contra Sharpast; al menos no de momento.
¿Entonces irás a la reunión de Blangord sin esperanzas de lograr unir a los Tres Reinos? le preguntó Llilred.
Blanerd se tomó su tiempo para contestar, tiempo que aprovechó para arreglarse un poco la barba con la mano.
Aún veo una posibilidad de conseguir una alianza entre los Tres Reinos dijo Blanerd.
¿Y cómo podemos lograrlo, maestro? siguió Llilred.
Les daremos esperanza les dijo Blanerd. A veces la esperanza es la mejor arma. —Los magos le miraban atónitos, sin saber a dónde quería llegar—. Todos conocéis la leyenda de las Cinco Espadas del rey Sharpast.
Algunos asintieron interesados, pero la mayoría siguieron mirando al Gran Maestre sin terminar de comprender sus intenciones. Tras una breve pausa para mirar a los miembros del consejo Blanerd continuó:
Pues bien, sé con seguridad que no es una simple leyenda. Existieron en su día y aún lo siguen haciendo. Hace pocos años llegó a mí un libro que perteneció a un descendiente de Sharpast; en él escribió las razones por las que escondió las Espadas y el lugar donde se encuentran la mayor parte de ellas. El libro está escrito en una antigua lengua perdida de la que pocos tienen conocimiento. Llevo años intentando descifrarlo y he descubierto uno de los lugares donde se encuentra una de las Espadas. Mi intención es que las utilicemos para convencer a Hanrod y Landor para que luchen contra Sharpast y se unan a Vanion.
Todos los magos permanecieron en silencio. Lo que Blanerd les acababa de contar les había dejado perplejos. Arnust no fue menos, no esperaba que el Maestre de la Orden sacara en medio del concilio un tema tan peliagudo como el de las Cinco Espadas. Conocía la leyenda como todo el mundo, aunque muchos decían que de leyenda tenía poco y que las Espadas existieron realmente, permaneciendo ocultas en lugares recónditos. Al fin, uno de los magos decidió intervenir rompiendo el incómodo silencio:
¿Estás proponiendo que usemos esas espadas contra Sharpast? le preguntó a Blanerd.
Si con ello logramos convencer a Hanrod y Landor para que luchen contra Sharpast, pues sí, eso es exactamente lo que estoy proponiendo.
¿Dónde se encuentra esa espada extraordinaria de la que dices haber descubierto su paradero, maestro? le preguntó Kraus a Blanerd con un tono que denotaba insolencia.
Aún es pronto para revelároslo le contestó Blanerd. Cuantos menos conozcan su paradero será mejor para todos.
¿Por qué no podemos saberlo? preguntó Kraus, intrigado.
Es una información que no ha de salir de aquí de ninguna forma dijo Blanerd. Si Mulkrod descubre su paradero sería nuestra perdición.
¿Decís que hay algún traidor en esta sala?preguntó Kraus, con una leve sonrisa en la boca.
‹‹¿Con qué autoridad se atreve a desacreditar al Gran Maestre? pensó Arnust. Los nuevos miembros del Consejo son cada vez más osados.››
Blanerd no se alteró para nada y le contestó con toda la tranquilidad del mundo.
No he dicho eso ni mucho menos. Sólo digo que no debemos correr riesgos. No creo que haya traidores entre nosotros, pero aun así, de momento es mejor que nadie más lo sepa.
Kraus cerró la boca y se sentó. Si seguía hablando podía meterse en un buen aprieto, al fin y al cabo, él tenía poco rango dentro del Consejo. Llilred volvió a hablar para secundar al Gran Maestre en el tema de las Espadas:
Es muy posible que si encontramos una de esas espadas los reinos de Lindium puedan unirse para combatir a Sharpast. Con una de las Espadas de nuestro lado se creerán invencibles. Creo que podría funcionar. Debemos encontrar esa espada; si es que las Cinco Espadas existen realmente.
Existen insistió Blanerd. De eso no tengo la menor duda.
¿Cómo podemos creer en esa estupidez? dijo Urmal. Sólo es una vieja leyenda para asustar a los niños.
La mayor parte de las leyendas están basadas en verdades dijo Blanerd. Puede que muchos de vosotros no creáis que realmente existan, pero lo cierto es que el primer emperador de Sharpast forjó cinco espadas con magia oscura, y su poder desató el periodo más oscuro de la historia de Veranion, hasta el punto de que no hay casi ningún relato escrito de esa época.
Tal vez tengas razón, maestro le dijo Urmal, pero se necesitan pruebas más fehacientes que demuestren su existencia.
Después de la reunión con los líderes de Lindium dijo Blanerd organizaré una expedición para encontrar una de las Espadas cuyo paradero conozco. Cuando esa expedición regrese se os mostrará a todos la espada.
Maestro, perdona que insista dijo Kraus, interviniendo nuevamente, pero creo que es necesario que nos informéis sobre el paradero de ese arma; al fin y al cabo, éste en un consejo de hermanos. No debe haber secretos entre nosotros.
‹‹Maldito niñato arrogante pensó Arnust. Acaba de conseguir su vara y ya se cree que puede imponer las cosas a su antojo. No vas a conseguir que el maestre cambie de opinión.››
Blanerd pareció meditar por momentos.
Tienes razón. No debe haber secretos entre nosotros; os revelaré la ubicación de la espada, pero a cambio debo insistir en que esto debe quedar entre nosotros.
La sala permaneció en silencio. Todos esperaban expectantes a que Blanerd revelara el lugar donde se hallaba aquella poderosa arma.
La espada se encuentra en las Islas Solitarias, oculta en algún lugar bajo las montañas dijo Blanerd. Estará escondida y muy bien guardada, por eso no será una misión para pusilánimes.
Arnust quedó sorprendido al ver que Blanerd había cedido ante el joven Kraus, sin importarle demasiado revelar el paradero de la espada, a pesar del riesgo que podía suponer que tantos magos conocieran el lugar donde se ocultaba. Lo que no le sorprendió fue saber que una de las Espadas estuviera en las Islas Solitarias, pues no había sitio mejor para esconderla; nadie iba a ese lugar. El resto de los presentes, en cambio, parecían entre asombrados y preocupados.
¿Las Islas Solitarias? preguntó Llilred, sin terminar de creerse que la espada pudiera estar realmente allí. Pero esas islas están malditas, el mal reina en ellas. Es una tierra muerta y sin rastro de vida.
El lugar perfecto para ocultar la espada dijo Arnust.
Así es, por eso debemos ser muy precavidos dijo Blanerd que, tras meditar unos segundos, siguió hablando. Hay algo más que debéis saber sobre las Espadas, algo que se ha estado ocultando todo este tiempo. Ninguno de nosotros puede tocarlas, casi nadie puede. Sólo los miembros que llevan la sangre de Sharpast pueden hacerlo. Cualquiera que intente tocarlas sin ser de la sangre del primer Emperador morirá, pues hay una terrible maldición en ellas. Por ese motivo envié a Arnust en busca de un pariente de Sharpast que estuviera desligado de la familia imperial. Misión de la que acabas de regresar, ¿verdad, Arnust?
Arnust no supo hasta ese momento la razón por la cual Blanerd le había mandado a buscar a un hijo bastardo de un familiar del Emperador, sin embargo, todo comenzaba a cobrar sentido. Arnust asintió y contestó:
Así es, maestro dijo Arnust. Hace meses encontramos a un hijo bastardo del tío de Mulkrod. Al parecer, a este pariente del Emperador le gustaba mantener relaciones con campesinas. A una de ellas la dejó encinta, a la madre del muchacho. Fue una suerte que los encontráramos; estaban en una aldea cerca de Beglist. Él y su madre huían de la represión impuesta por el Imperio en Tancor. La madre del muchacho temía que le quitaran a su hijo o que lo mataran durante la rebelión, por eso se refugiaron en Sinarold. Convencí a la madre para llevarme al muchacho a Lindium, donde estaría a salvo de la guerra que se avecina. Ahora el chico se encuentra seguro en Langard.
Me alegro de que lo hayas encontrado pero ¿cuántos años tiene? le preguntó Blanerd.
Tiene diecisiete años; aún es joven, pero estoy convencido de que nos ayudará dijo Arnust. No tiene mucho aprecio hacia Sharpast. Su nombre es Maorn.
Debes protegerle cueste lo que cueste. Ahora todos nosotros dependemos en gran parte de él dijo Blanerd.
Así lo haré, maestro dijo Arnust.
¿Vamos a depender de un simple muchacho del que decís que es descendiente de Sharpast? preguntó Urmal, molesto. ¡No! ¡Me niego!
Te guste o no así están las cosas; no tenemos a nadie más que pueda tocar las Espadas dijo Blanerd. Sólo la familia imperial puede hacerlo, y da la casualidad de que estamos en bandos contrarios. Arnust, debes partir lo antes posible, y cuando des de nuevo con el muchacho llévalo a Blangord, allí se producirá la reunión con los reyes de Lindium; y él deberá asistir.
Arnust asintió.
‹‹Sí, así es; sin el muchacho no podremos conseguir la espada y sin la espada no convenceremos a los dos reyes que no quieren luchar, e incluso puede que no lo logremos a pesar de ello.››
En ese momento, otro de los magos más jóvenes se puso de pie.
Maestro, ¿qué ocurrirá si el enemigo decide ir en busca de las Espadas también? ¿Y si logran hacerse con ellas?
Me temo que nadie podría detenerlos dijo Blanerd, con preocupación.
Se hizo el silencio. Blanerd dejó de hablar y se sentó en su asiento. El silencio fue interrumpido por la brusca entrada en la sala de otro mago. El recién llegado se detuvo nada mas entrar y miró a su alrededor intrigado.
Lamento mi tardanza, hermanos dijo el mago tras una breve inspección, pero después de superar desiertos, montañas, ríos, mares e innumerables peligros, bastante es que haya conseguido llegar el mismo día del concilio.
El mago recién llegado se rió como si lo que acabara de decir fuera gracioso, cerró la puerta y se dirigió a su asiento en la mesa conciliar.
No te esperábamos, Glarend, después de tantos años ausente, pero tu llegada es oportuna dijo Blanerd, sin mostrar sorpresa. Toma asiento, hermano.
Glarend era un mago de rudo y hosco aspecto, mediana estatura y barba canosa; su rostro denotaba cansancio; llevaba una capa de color gris desgastada por los bordes y manchada de polvo y barro. Una vez sentado en uno de los pocos asientos que estaban vacíos, Blanerd volvió a dirigirse al recién llegado:
¿Qué nuevas hay en el este? Tras tres largos años en Sharpast tendrás algunas cosas que contarnos.
Glarend se puso serio y comenzó a hablar:
Al principio no me fue fácil infiltrarme en la Orden de Zurst, pero tras varios meses vagabundeando por Sharta me gané la confianza de algunos hechiceros. Su orden está mucho mejor organizada que la nuestra; son mucho más numerosos y disponen de algunos hechizos terribles con los que muchos de nosotros no podemos ni siquiera soñar, pero eso no es lo peor. El ejército de Sharpast es de proporciones gigantescas y... bueno... supongo que esto ya lo sabréis, pero os lo diré de todas formas. Mulkrod se está preparando para la guerra. Su ejército ya marcha hacia Sinarold. La guerra es inevitable.
De eso mismo estábamos hablando ahora, hermano le dijo Blanerd.
¡Ah... bien! Bueno, hay... hay otra cosa que deberíais saber; algo que puede que no creáis, pero... es muy posible que el nuevo emperador tenga en su poder una de las Cinco Espadas. Al parecer no son una mera leyenda. Existen.
También hablábamos de eso hasta que llegaste le dijo Blanerd, aunque no sabíamos que Mulkrod poseyera una. Hemos decidido encontrar unas de las Cinco Espadas. Ya te lo contaré todo más detalladamente cuando terminemos.
‹‹Y también te contará él a ti, con más detalle, todo lo que ha averiguado en su larga estancia en tierras imperiales, pero nosotros no nos enteraremos.››
Glarend asintió, pero no dijo nada más.
Malas noticias las que nos trae nuestro hermano, aunque al conocerlas ya en parte estábamos preparados para escucharlas dijo Blanerd. Ahora tenemos que prepararnos para una de las pruebas más difíciles de nuestras vidas. Nuestra orden nunca ha vivido una crisis semejante desde hace siglos. Blanerd observó los rostros de sus hermanos. Veía el miedo en los ojos de muchos ellos. El espíritu de lucha era casi inexistente. Doy por finalizado el concilio. Podéis retiraros.
Dichas esas últimas palabras, todos los asistentes empezaron a levantarse de sus asientos mientras charlaban unos con otros sobre lo que se había hablado en el concilio. Muchos estaban sorprendidos y confusos por la decisión de Blanerd; no era lo que esperaban, pero abandonaron la sala ordenadamente. Arnust se quedó unos momentos esperando en su asiento a que los demás salieran. Tenía que hablar con Blanerd. Pronto quedaron los dos solos en la sala.
Creo que has tomado la decisión correcta le dijo Arnust. Lamento que la mayoría de nuestros colegas no opinen lo mismo.
¡Corruptos! vociferó Blanerd, desahogándose. ¡Son todos unos ineptos y unos corruptos! ¡Si no fuera porque todavía no han tenido oportunidad, diría que el Emperador ha comprado a muchos de ellos! ¡Todos estos años al servicio de la magia les han acomodado demasiado! ¡Ahora sólo temen perder sus poderes! ¡Tienen miedo!
Blanerd se calló y se tranquilizó un poco antes de continuar hablando; había expulsado ya toda la furia reprimida durante la sesión del concilio.
Las viejas tradiciones han desaparecido continuó. Nuestra orden está en decadencia, bien lo sabes. Pero tú siempre has demostrado ser fiel, y siempre estás dispuesto a cumplir con tu deber. Eres un gran mago, Arnust, uno de los pocos que le quedan a la Orden. Sé que aceptarás emprender el viaje a las Islas Solitarias con el bastardo de Sharpast, ¿cómo... cómo se llamaba? Ma... Mar...
Maorn le corrigió Arnust.
Eso es, Maorn. Él conseguirá la espada y la traerá hasta nosotros, y tú le ayudarás.
Lo haré.
Bien. Llévate contigo a tu aprendiz, tal vez lo necesites.
Arnust asintió. Sabía que Halon no aceptaría el hecho de no ir con él en busca de esa espada; además, su joven aprendiz tenía potencial, lo demostraba día a día y nunca sabía cuándo podría necesitarle.
‹‹Un aprendiz no ha de separarse de su maestro hasta que esté preparado.››
¿Por qué no me lo dijiste? le preguntó Arnust. ¿Por qué no me dijiste antes lo de las Cinco Espadas? Fui a buscar al bastardo del hermano de Methren sin saber para qué lo necesitábamos.
Te dirigías hacia el noreste, hacia Sinarold. La guerra podía estallar en cualquier momento y podías caer en manos del Imperio o de la Orden de Zurst. No podía permitir que te sacaran la información si caías en sus manos. ¿Lo entiendes? Blanerd no esperó a que Arnust le contestara y continuó. Es demasiado importante. Por suerte, regresaste sin problemas. Ahora el bastardo está a salvo en Lindium. Su sangre es la clave.
Arnust asintió. Comprendía cuál era su papel en el asunto.
La sangre de Sharpast dijo. Todo se limita a eso. Nadie que no lleve la sangre del primer emperador puede tocar las Espadas.
Exacto. Tenlo muy en cuenta.
Arnust se olvidó de las Espadas y de su misión por momentos y recordó el instante en el que Glarend entró en la sala conciliar cuando la reunión terminaba. Tenía dudas sobre él.
¿Y qué pasa con Glarend? Después de todos estos años fuera regresa justo ahora, cuando le dábamos ya por muerto. No sé si fiarme de él.
Recuerda que es mi hermano de sangre dijo Blanerd. Jamás me traicionaría.
‹‹Medio hermano quiso corregirle Arnust, pero no dijo nada.››
Ha vuelto justo cuando más le necesitamos continuó Blanerd. Aún tiene muchas cosas que contarnos. Hablaré con él, pero el Consejo no tiene porque conocer al detalle lo que ha visto y hecho. Bueno, márcharte ya; tienes que estar en la reunión de Blangord a tiempo con el chico. Nos veremos allí. ¡Ah, se me olvidaba! Toma este libro; en él hay escrito todo lo que tienes que saber del lugar donde se encuentra la espada. Eso es todo por el momento, ya hablaremos en Blangord.
Tras esas palabras, con el libro ya en sus manos, Arnust salió con presteza de la sala; tenía mucho que hacer y muy poco tiempo para llevarlo a cabo. De camino se encontró con Halon que, tras despedirse de su amigo Menief y, al ver que Arnust no salía con los demás magos, había ido a buscarle.
¿Están listos los caballos y las provisiones? le preguntó Arnust.
Sí, están en los establos, pero ¿qué ha pasado dentro? le preguntó su aprendiz con curiosidad.
Te lo contaré por el camino, ahora no hay tiempo. Tenemos que llevar a Maorn a Blangord antes de que se reúnan los reyes de Lindium.
Ambos bajaron las escaleras que llevaban al rellano y se dirigieron a los establos. Cuando se subieron a los caballos, sin más demora, salieron galopando hacia el norte, a la ciudad de Langard, en la costa norte del Reino de Hanrod. Pronto asistirían a la importante reunión de los líderes de Lindium en Blangord, pero antes tenían que buscar al joven llamado Maorn. Muchas cosas se iban a decidir en esa reunión y aquel muchacho debía estar presente.


‹‹El destino de Lindium puede depender de que Maorn asista a esa reunión.››

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